Por: Leonora Acuña de Marmolejo
La hermosa muchacha se llamaba Zulema Bernal, hermana de Fanny, ambas hijas del dominante y acaudalado hombre de negocios llamado Ambrosio quien poseía varias urbanizaciones en la ciudad.
Cuando a sus veinte años Fanny se casó, Zulema entonces de 18 años, no había logrado un amor duradero. Ella misma no entendía por qué no atraía al hombre de sus sueños, y entonces su más grande error era demostrar esta ansiedad entre los hombres con quienes se conectaba. Quizás había heredado de su padre su carácter dominante.
Un día estando en el mercado del pueblo de El Limonar en donde vivían, entabló conversación con Carlos Altamirano un joven apolíneo que desde el primer momento la flechó. Después de este primer encuentro se hicieron amigos y como tales, continuaron viéndose con alguna frecuencia hasta el día en que él le declaró abiertamente su amor y ella le correspondió.
La mutua atracción los condujo a un amor tan apasionado que sin recapacitarlo mucho llevó a Zulema a una entrega total. Así a los pocos días descubrió con gran aprensión que estaba embarazada. Al conocer la noticia, Carlos Altamirano se negó a legitimar su convivencia bajo matrimonio y menos al vástago que de su sangre vendría; cobardemente desapareció del panorama de su vida dejándola en la más amarga soledad.
Cuando su padre lo supo, con el temor y el respeto hacia la sociedad que los rodeaba, y para evitar las críticas y murmuraciones, sin más preámbulos la envió a vivir a su hacienda “Pasoancho” en las afueras de la ciudad, en donde disponía de un tren de servidumbre bastante eficiente, no sin antes exigirles un silencio absoluto sobre esta situación bajo la amenaza de despedir al que rompiera esta exigencia.
Ambrosio quien ya de antemano se había trasado un plan para camuflar la crítica situación de tener un nieto bastardo en su familia, le rogó a su hija Fanny que se trasladara a vivir a la hacienda para hacerle compañía a su hermana, lo cual consiguió bajo la anuencia del esposo de aquella. Así pasaron los meses y cuando allá en Pasoancho, Zulema dio a luz, de acuerdo al plan de su padre su hermana y ella regresaron a la ciudad presentando a su sobrino un hermoso y saludable bebé, como a su hijo. Ella y su esposo, también de acuerdo con su padre Ambrosio, bautizaron al niño como su propio hijo, con el nombre de Humberto.
Bajo estas circunstancias y por guardar las apariencias ante la sociedad de aquella época -crítica y llena de prejuicios-, empezó a crecer el niño ignorante de que su verdadera madre era Zulema (a quien él llamaba tía), y no Fanny su madre postiza quien más adelante le dio otros “hermanos”. De todas maneras para Ambrosio era su primer nieto y como tal, le prodigaba un amor especial.
Por demás está decir que el dolor que Zulema sentía, al no atreverse a confesarle la verdad a su propio hijo era inmenso…
Una tarde su hermana Fanny y ella fueron con “Humbertico” -como solían llamar cariñosamente al niño-, a Pasoancho para recolectar frutas de las cosechas que estaban en sazón, como los mangos y los madroños. Cuando arribaron al amplio portal de la entrada, quien salió a recibirlas fue Ramón Ayala un joven de unos 17 años (más o menos la misma edad de Humberto) hijo de uno de los trabajadores, y a quien a veces de pequeño, se le había permitido jugar con los hijos de “los “Señores”. Tan pronto llegaron, Ramón se encargó de llevar las maletas de los recién llegados, a las alcobas. Mientras Fanny quien había llegado muy cansada tomaba un descanso, Zulema y Humberto se habían ido a ver el jardín que estaba pletórico de flores.
Se encontraban allí muy entretenidos observando toda esa belleza de la naturaleza, cuando llegó Ramón quien muy solícito y mirando a los ojos a Zulema dijo:
—Señora Zulema: Les tengo ensillados dos caballos de los mejores por si desea ir con su hijo a dar un paseo por los alrededores.
Por comentarios que alguna vez había escuchado de sus padres, Ramón sabía que Zulema era “la madre biológica de Humberto”, mas ignoraba la prevención de guardar el secreto concerniente a la maternidad de aquella (bajo el castigo de ser despedido de su trabajo a quien lo divulgara) a lo cual ésta un tanto complacida mas también un poco confundida le contestó: “yo no soy la madre de Humbertico. La madre es Fanny”.
—No, Señora -le adujo aquel, clara y determinantemente-. Tengo entendido que usted es la madre. ¿No es usted la madre?
En ese preciso momento llegaba allí el padre de Ramón quien al escuchar las últimas palabras, le ordenó en tono firme al muchacho:
—Quítate de aquí muchacho que tu no sabes nada.
Ante este reto tan concluyente y sin lograr comprender bien las cosas, Ramón se retiró muy confundido y desagradado. Y… fue entonces cuando Zulema rompió aquel amargo silencio y en llanto desesperado dijo desconsolada frente a Humberto:
—Si, es verdad… Siéntate Humberto, llegó el momento de hablar…